Haití hizo historia en 1804 al convertirse en la primera nación independiente de América Latina y el Caribe, y la primera república negra del mundo, tras derrotar al poderoso ejército de Napoleón Bonaparte. Sin embargo, su libertad no fue reconocida sin condiciones.

Durante más de un siglo, Haití estuvo condenado a pagar una deuda injusta e inmoral a Francia, su antigua potencia colonial, como castigo por haberse atrevido a liberarse. Esta es la historia de la deuda de la vergüenza, un crimen económico que condenó al país a la pobreza y cuyas secuelas aún persisten.
Tras su victoria contra Francia, Haití no fue recibido con respeto por las potencias occidentales, sino con hostilidad. Temerosas de que la rebelión de los esclavos haitianos inspirara levantamientos en otras colonias, naciones como Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia boicotearon diplomática y económicamente al nuevo país. Pero fue Francia la que impuso la humillación más dura: en 1825, el rey Carlos X envió una flota de buques de guerra a las costas de Haití y exigió, bajo amenaza de invasión, el pago de 150 millones de francos oro (equivalentes a unos 21.000 millones de dólares actuales) como indemnización por las «pérdidas» sufridas por los colonos franceses debido a la abolición de la esclavitud.
Era una suma imposible. Para contextualizar, en ese entonces, el presupuesto anual de Francia era de alrededor de 1.000 millones de francos. Haití, devastado por años de guerra, no tenía cómo pagar. Sin embargo, bajo coacción, el presidente haitiano Jean-Pierre Boyer firmó el acuerdo, comprometiendo al país a una deuda que lo estrangularía económicamente durante generaciones.
Para cumplir con los pagos, Haití tuvo que pedir prestado a bancos franceses a tasas de interés abusivas. La deuda original de 150 millones se redujo a 90 millones en 1838, pero los intereses y nuevos préstamos la extendieron durante décadas. Haití destinó hasta el 80% de sus ingresos nacionales al servicio de esta deuda, dejando al Estado sin recursos para invertir en infraestructura, educación o salud. La presión económica alimentó golpes de Estado y dictaduras, ya que los gobiernos que intentaban reformar el sistema eran derrocados con apoyo extranjero.
Finalmente, en 1947, Haití terminó de pagar la deuda, más de un siglo después de su imposición. Pero el daño ya estaba hecho: el país quedó estructuralmente debilitado, una condición que explican en parte sus crisis posteriores.
La deuda de la independencia haitiana fue un acto de venganza colonial. Francia, en lugar de aceptar su derrota y la abolición de la esclavitud, condenó a una nación entera a la miseria. Hoy, mientras el mundo habla de justicia racial y reparaciones históricas, el caso de Haití sigue siendo uno de los ejemplos más brutales de cómo el colonialismo se reinventó a través de la deuda.
Haití no solo pagó por su libertad, pagó por el pecado de haber nacido libre. Y esa es una deuda que el mundo aún no ha saldado. En el siglo XXI, ha resurgido el debate sobre esta deuda ilegítima. En 2003, el entonces presidente Jean-Bertrand Aristide exigió a Francia la devolución de los más de 21.000 millones de dólares pagados, ajustados por inflación. Francia rechazó la petición, aunque en 2015 el expresidente François Hollande admitió que su país tenía una «deuda moral» con Haití, sin ofrecer compensaciones.

Bibliografía:
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Hector, Michel (2006). «La dette de l’indépendance haïtienne: Une spoliation coloniale», Revue de la Société Haïtienne d’Histoire et de Géographie, No. 234.
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Trouillot, Michel-Rolph (1990). Haiti: State Against Nation. The Origins and Legacy of Duvalierism. Monthly Review Press.
Ulysse, Gina Athena (2015). «Why Haiti’s Independence Debt Matters», The Nation.
Madrid – 02 May 22025
Andrés Echube