Hace unas horas he leído una noticia y escuchado un vídeo que calificaría de nauseabundo. Dos médicos franceses plantean experimentar con una posible vacuna contra el nuevo coronavirus en África. ¿Nos hemos vuelto locos? Si la respuesta es no, habría que preguntar a esos médicos franceses ¿por qué en África, donde el número de muertos no supera los 300? Estas denigrantes maquinaciones profundamente racistas, y que parecen querer despertar los viejos fantasmas del pasado, se entienden cuando se analizan desde la óptica de «un mundo» que pretende erigirse sobre «otro»; donde uno se presenta como «el primero», y cataloga al otro como «el tercero». La concepción de un «tercer mundo» servil, cuyos habitantes pueden ser utilizados como cobayas de laboratorio, solo puede existir en la mente de un perturbado.   

Todo empezó en Francia. La expresión «Tercer mundo» fue acuñada por el economista francés Alfred Sauvy en su artículo «Tres mundos, un planeta» publicado en agosto de 1952, para designar a los países que no pertenecían a ninguno de los dos bloques que estaban enfrentados en la Guerra Fría, el bloque capitalista (Estados Unidos, Europa Occidental, Japón, Canadá, Corea del Sur, Australia, y Nueva Zelanda) y el bloque comunista (Unión Soviética, Europa Oriental, y China). Un «tercer mundo» constituído principalemente por países subdesarrollados, explotados y olvidados, al que el «primer mundo» capitalista y el «segundo mundo» comunista no prestaban atención.

Bueno, el nuevo coronavirus demuestra que no existe un primer ni tercer mundo donde, por ejemplo, poder huir y evitar un posible contagio. Es una perogrullada decir que todos los habitantes de la tierra formamos parte de un único mundo. Como ya lo dijo el presidente Pedro Sánchez hace unos días, «un virus nos recuerda la verdad más esencial: que somos todos iguales. Ciudadanos de un mismo mundo, expuestos a los mismos riesgos, las mismas esperanzas y las mismas necesidades. Las fronteras saltan por los aires cuando nos enfrentamos a la realidad de este mundo global en el que vivimos. Esas fronteras físicas e ideológicas que tienen mucho más que ver con abstracciones mentales que con la vida real de las personas».

En efecto, lo que puede perjudicar a uno, perjudica a todos. No podemos renunciar a la responsabilidad porque lo que hacemos o dejamos de hacer tiene buenas o malas repercusiones. ¿Tanto cuesta entender que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros? ¿Tanto cuesta entenderlo y asumirlo? ¡¿Tanto?!

 

Andrés Canuto Echube