Emigrantes nadan y piden ayuda a los miembros del ‘Phoenix’, la embarcación de rescate de MOAS (Getty). Mayo de 2017.

¿’Descolonización’ o tomadura de pelo? Es evidente que sí hubo ‘independencia’ en casi todos los nuevos estados constituidos en África ¿como clímax de la colonización?, pero no hubo descolonización. En palabras del antropófago Juan Ramón Aranzadi:

«si la colonización supuso la imposición del estado, que es una institución nueva; la imposición de la economía de mercado  con lo que representa de transformar la tierra, la fuerza de trabajo en mercancía; la mercantilización de todas las relaciones humanas; la imposición de la escritura sobre la oralidad; la cristianización; la imposición de la lengua española —en lo que es hoy Guinea Ecuatorial— sobre las lenguas nativas; etc. Y descolonizar supone deshacer lo que hizo la colonización ¿por qué seguimos llamando descolonización a un proceso político que lo único que hizo fue transferir el poder del estado de los colonizadores a una élite nativa colonizada, plenamente aculturada, que lo que hace cuando toma el poder es prolongar las mismas tareas de la colonización? Lo que llamamos descolonización no es más que una vuelta de tuerca más en la colonización. Es una vuelta de tuerca más en la imposición sobre los pueblos colonizados de dos instituciones características del imperialismo occidental: la economía de mercado y el estado».

Siendo ya partes del ‘sistema’ impuesto y cristalizado en el tiempo, pareciera que fue bastante ¿osado e imprudente? —en muchos casos, precipitado— exigir dejar de ser como por arte de magia aquello que se habían convertido muchos países africanos. Era obvio que seguirían siendo los ‘mismos’; porque 200 años de historia colonial como el caso de Guinea Ecuatorial (en otros lugares más o menos) no se borran de la noche a la mañana. Visto desde este punto de vista, lo que se llamó descolonización en África fue una especie de huida hacia ninguna parte. Una auténtica tomadura de pelo.

De hecho, las fuertes oleadas de emigración que experimenta el continente africano, por ejemplo, son la constatación, en parte, de su no descolonización. La imperiosa necesidad de huir hacia mejores condiciones de vida y de trabajo por causas de mala gobernanza, hambre, guerra, etc. es, por un lado, producto de la colonización y, por otro, la mala gestión de las independencias. Una realidad que se presenta como irreversible. Mientras las antiguas potencias coloniales se cierran, los ciudadanos de los nuevos estados salidos de la colonización están cada vez más insatisfechos. O como lo dice el Prof. Juan Ramón Aranzadi:

«la pregunta que nos deberíamos hacer hoy es si la reivindicación de ayuda al desarrollo de las antiguas colonias, de enviarles dinero, etc., ¿no es una cuartada moral progresista para evitar la cuestión  más candente actualmente que es atender a los deseos de los africanos que lo que quieren es entrar en Europa? ¿Estamos dispuestos a abrir las fronteras?».

La urgencia o necesidad legítima de recuperar y no dejar morir lo “propio”, lo “africano” desde el punto de vista de la cultura, la lengua, las tradiciones, la política, etc., que animaron a la inmensa mayoría de países a exigir su independencia de las antiguas metrópolis, por cómo lo demuestra la historia, tropezó con lo peor de nosotros mismos.

                                                                                                                                                                                                              Andrés Canuto E. Echube